El amor es la virtud suprema de la vida. Es la fuerza que sostiene cualquier relación: entre Dios y los hombres, entre padres e hijos, entre amigos, entre novios, entre esposos.
En el matrimonio, el amor es sometido a un proceso de profundización y maduración, donde la chispa inicial irá transformándose en llama durante la convivencia.
La tarea fundamental de la vida conyugal consiste en mantener alta y viva la llama del amor.
Por eso no puedo más que sugerirles.
¡Ámense!
Con un amor que los llene de alegría y felicidad, tanto como de ánimo y sostén.
Con un amor que los inunde de confianza.
Con un amor que los haga fijar la mirada en Dios, porque Él es amor.
Con un amor que los ayude a soportar tiempos de prueba y dificultad.
Con un amor paciente, tolerante y comprensivo.
Con un amor que sepa secar lágrimas y los proteja en un abrazo...
Con un amor que no falle o se desvanezca ante la adversidad.
Con un amor que esté comprometido a crecer y llevar fruto.
Con un amor que sea lento para la queja y pronto para el elogio.
Con un amor que construya puentes de reconciliación.
Con un amor que sepa acercarse con respeto, que sepa escuchar y también aceptar silencios.
Con un amor siempre dispuesto a animarlos cuando aflojen y a impulsarlos en sus sueños.
Con un amor creativo que encuentre siempre la manera de decir cada día:
"Cuán especial Son"
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